Sin embargo, aflora en su teatro un profundo pesimismo a pesar de la autonomía y validez de la acción humana. En sus obras siempre suele centrarse en la oposición o confrontación entre:
- La razón y las pasiones
- Lo intelectual y lo instintivo
- El entendimiento y la voluntad.
La
vida es una peregrinación, un sueño, y el mundo es un teatro de
apariencias.
Su pesimismo está atemperado por su fe en Dios y por el
fuerte racionalismo
que
asimiló de Santo Tomás. El sentido de la angustia de muchos de sus
personajes lo aproximan al existencialismo
cristiano
contemporáneo:
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño.
¡Que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son!
Asimismo Fernando, el príncipe constante, exclama así poco antes de morir consumido por su propia voluntad:
Pero, ¿qué mal no es mortal / si mortal el hombre es, / y en este confuso abismo / la enfermedad de sí mismo / le viene a matar después? / Hombre, mira que no estés / descuidado. La verdad / sigue, que hay eternidad / y otra enfermedad no esperes / que te avise, pues tú eres / tu mayor enfermedad. / Pisando la tierra dura / de continuo el hombre está, / y cada paso que da / es sobre su sepultura. / Triste ley, sentencia dura / es saber en cualquier caso / cada paso ¡gran fracaso! / es para andar adelante, / y Dios no es a hacer bastante / que no haya dado aquel paso.
El príncipe constante, jornada III
Calderón posee un concepto providencialista, es decir, que los hechos suceden porque Dios lo ha predestinado de esa manera, huella de la voluntad divina.
El
repertorio temático de Calderón es amplio y se extiende en diversas variantes:
- El honor; la relación del hombre con el poder y, en relación con esto,
- La libertad moral
- La responsabilidad moral o el conflicto entre realidad e ilusión, frecuente en la estética barroca del desengaño. Trata de una forma particular los celos patológicos y los conflictos edípicos.